viernes, 15 de junio de 2018

La percepción del mundo en La Grande de Juan José Saer, por Diana Battaglia


Como homenaje a Juan José Saer, en un nuevo aniversario de su muerte, presentamos el trabajo de Diana Battaglia sobre su novela La Grande, que fue publicado en la Revista Letras de Buenos Aires de Victoria Pueyrredón.

De pronto uno de ellos, el más alto, el más calmo, el más paciente, sin
aviso pero sin brusquedad, pregunta: ¿ Qué es la novela? Y el otro, un poco más joven, sin siquiera levantar la vista del torbellino: El movimiento continuo descompuesto.
Juan José Saer. La Grande


El 11 de junio de 2005 falleció en Francia el escritor argentino Juan José Saer. Sólo le faltaban unas  páginas para terminar su novela La Grande[1], inspirada, según confesó el autor, en la última sinfonía de Schubert. A pesar de no estar concluída, es ésta una novela que reviste una importancia capital dentro de la obra completa del gran escritor. Porque en ella aparecen reflejados los temas y las ideas que alimentaron y sustentaron toda su narrativa, a saber: la conciencia constante del transcurrir del tiempo, su  afán meticuloso por la descripción,  la fragilidad de la memoria y de allí la difícil reconstrucción del pasado,  la eterna recurrencia de sus personajes, sus teorías sobre la naturaleza ontológica de la ficción, la influencia de la música en los ritmos y movimientos de la novela[2]. En suma La Grande se erige en un  testimonio de su percepción del mundo.  De allí su importancia y la necesidad de su lectura para acercarse al universo saeriano. La Grande es, entonces, un reeencuentro feliz para los que frecuentamos con fidelidad de culto su novelística y un descubrimiento deslumbrante para sus nuevos lectores.
La novela está estructurada en siete jornadas  que van de un martes a un domingo pero el autor sólo completó las seis primeras. La séptima consta de una única frase: “ Con la lluvia llegó el otoño, y con el otoño, el tiempo del vino.” Es la novela más extensa que escribió (435 páginas) y  en ella se narra la organización de un asado que el domingo tendrá lugar en casa de Gutiérrez. Los escenarios son los mismos de las otras novelas del autor: todos lugares pertenecientes a una franja de la costa del río Paraná entre Santa Fe y Rincón y, como sucede muchas veces en su narrativa, la banalidad de la anécdota narrada contrasta con la profundidad de los temas que a través de ella, se abordan.
Según confesó en varios reportajes, a Saer le interesaba escribir sobre cosas universales pero en una lengua muy directa y al mismo tiempo muy trabajada, de sabor coloquial. Así, los invitados al asado de Gutiérrez deambulan por parajes conocidos, se reúnen a tomar vino y comer salamines, pasean, toman sol, se encuentran y desencuentran con viejos amores y amigos, observan con minuciosidad los paisajes cotidianos Para ellos  “lo extraño del mundo no son sus confines impensables y distorsionados, sino lo inmediato, lo familiar. Basta una mirada ajena, que a veces puede provenir de nosostros mismos, por fugaz que sea, para revelárnoslo” ( 138)  Y mientras estas cosas nimias, ordinarias  suceden,  la realidad de nuestro país y su historia se entretejen con las de los personajes. Los penetra. Como los penetra el tiempo – presente infinito- que constantemente sentimos en todo  su peso y captamos en toda su densidad. La aguda conciencia del tiempo que se instala en la novela y la atraviesa de principio a fin no nos da sosiego. Su transcurrir modifica constantemente el espacio “desde adentro”, haciendo que hasta el “ lugar que se ha dejado un tiempo antes, décadas o segundos, ya no sea el mismo cuando volvemos aunque todos sus elementos parezcan idénticos a cuando los dejamos”(356/357).  
 “ Basta observar a una familia –decía Saer-  para verificar que somos pasto del devenir y que todo está en movimiento y en cambio constante” (81) En las páginas de La Grande la presencia conciente del paso de ese incesante devenir que corroe sin saña pero también sin piedad se halla siempre frente a nosotros. Sus  protagonistas  están instalados en un presente que a medida que se desplaza va creando más presente y los hunde, inexorablemente,  en el pasado (261).  El tiempo de la novela es lento y majestuoso, como bien   señala Beatriz Sarlo [3]. En  esta  obra, quizás más que en otras del mismo autor, el tempo narrativo se adensa en descripciones minuciosas, extensas, mostrando  un afán casi obsesivo por agotar el significante. Así las acciones más comunes: enhebrar una aguja, pasear por la orilla de un río, tomar el sol recostado en un reposera llenan carillas con imágenes que subvierten la tradición (la negación o la reducción notable de la anécdota frente a la descripción casi microscópica de lo mirado o de  la acción a primera vista intrascendente) y nos provocan a agudizar nuestra visión y a descubrir la belleza y el asombro de lo cotidiano.
Decía Barthes: “ no hay Memoria  pura, simple, literal, toda memoria es ya sentido” [4] . Esto lo sabía muy bien Saer cuya obra entera gira en torno a esta idea. “ Escribir- decía- es sondear y  reunir briznas o astillas de experiencia y de memoria para armar una imagen”  En  La Grande éste es otro de los temas centrales. Dos de sus personajes, Gabriela  Barco y Soldi, intentan reconstruir la historia de un movimiento de vanguardia llamado “precisionista” que tuvo lugar tres décadas atrás y que fue presidido por el controvertido y enigmático Brando. Pero encuentran que los hechos se han desvanecido casi de inmediato, dejando sólo un residuo inmaterial o aproximativo de sentido en la memoria de los que realmente los vivieron. (166)  En consecuencia,  a la hora de reconstruir la historia,  sólo les es posible recoger versiones, verdades diferentes que conllevan siempre su cuota de olvido o  fabulación. Lo mismo sucede con las experiencia personales que son analizadas y traídas por el recuerdo una y otra vez en un intento de descubrirles un sentido que nunca llega. Porque- parece interrogarnos -¿ cómo podemos  distinguir la realidad de aquello que nuestra  memoria ha construido? Los personajes saerianos especulan constantemente acerca del pasado propio y ajeno y al hacerlo dinamitan sus propias  certezas y se sumergen y hunden (como nos sucede también a nosotros, sus lectores)  en la pura conjetura sin que se les otorgue ni se nos otorgue la posibilidad de abarcar el todo, la “ verdad” . Como una constante en su narrativa, aquí también lo fragmentario de la experiencia y del recuerdo nos sacude y nos  inquieta.
Así como a la incompletud y elipsis de lo “verdadero” y de lo factual,  la prosa saeriana opone la saturación descriptiva,  del mismo modo,  a  la singularidad de la novela como un mundo cerrado y concluido, el conjunto de su obra nos ofrece, en cambio, la posibilidad del reencuentro y la presencia rediviva de sus personajes que aparecen una y otra vez en sus páginas conformando un verdadero universo humano, generalmente unido por lazos de profunda y fiel amistad. Como él mismo lo expresara, sus mismos textos generaban las prolongaciones futuras[5]. 
Juan José Saer,  además de gran novelista, fue un crítico que ejerció esa tarea (a la que él mismo calificaba como una forma superior de lectura) con ética y gran rigor intelectual. Sus ensayos (sobre su propia obra y la de otros autores) revelan sus concepciones teóricas sobre la naturaleza ontólogica de las ficciones y sobre su manera de concebirlas y de llevarlas a la práctica en sus textos. Para él “narrar no consiste en copiar lo real sino en inventarlo”(EL C de F 175) De esta manera Saer concebía a las ficciones como construcciones históricamente verosímiles mediante las cuales la materialidad, magma neutro, adquiere un sentido y  puede, “coloridamente significar”.  En la praxis de su obra estas ideas aparecen constantemente a través del cuestionamiento de la capacidad de un relato para reflejar una verdad que es siempre refractaria a priori y que se traduce en una serie de novelas que constituyen una “ búsqueda formal y entendida, en la más pura tradición de Macedonio Fernández, como una función de pensamiento”[6]  De ahí su “ manera de narrar” (como el solía llamarla), que ya esbozamos y que se expresa  en  la prevalencia de la especulación antropológica y las observaciones minuciosas sobre el tiempo, las formas de lo percibido, lo vivido y lo recordado De alguna manera, como quería Blanchot, la narración comienza a ser posible cuando la realidad preexistente deja de existir. Saer proclamaba, entonces, la autonomía de los mundos ficcionales con respecto al mundo real. La narración como “objeto”  a través del cual se constituyen los mundos posibles que nos ofrece la literatura[7].
Como dijimos al comienzo de nuestro trabajo, todo ello se hace tangible en La Grande. Allí se puede percibir, en toda su incandescencia y su vigor, el ritmo y la respiración de la prosa saeriana basada en la recurrencia de los temas que aquí y allá reaparecen como acordes que constantemente nos remiten a la melodía de una composición concebida como un todo. Una obra, diríamos, estructurada como universo siempre abierto a nuevas posibilidades. Una “ manera” de narrar que extrañaremos. Pero, como bien decía Saer, “ al mismo tiempo que objeto verbal, el relato es también objeto mental, y vive en la memoria y en la imaginación de sus destinatarios” (La N-O 24) Por ello, aun cuando sepamos que el último capítulo nunca podrá ser escrito, su incompletud nos parece, ahora que él se ha ido, un símbolo más de un mundo que no cesará de existir y que permanecerá por siempre dentro de nuestras mentes y de nuestros corazones.



[1] Saer, Juan José. La Grande. Buenos Aires. Grupo Editorial Planeta. 2005. Todas las citas son de esta edición y se mencionan por el número de página.
[2] Saer, Juan José. El concepto de ficción. “ Entrevista realizada por Gérard de Cortanze”. Buenos Aires. Grupo Editorial Planeta . 1998. Págs. 291 a 298.

[3] Sarlo, Beatriz. El tiempo inagotable. Diario La Nación. Buenos Aires. 2/10/2005
[4] Barthes, Roland. La preparación de la novela. Buenos Aires. Siglo veintiuno editores Argentina s.a.2004
[5] Saer, Juan José. La narración objeto. Buenos Aires. Editorial Planeta. 1999. Pág. 157 y sig.
[6] Flisek, Agnieska Bárbara. Juan José Saer y el relato de la memoria. agniezkabarbaraflisek.com
[7] La teoría de los mundos posibles ha sdo desarrollada por la narratología filosófica a través de autores como Tomas Pavel, Lubomir Doležel, Marie-Laure Ryan y otros.

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