Como homenaje a Juan José Saer, en un nuevo aniversario de su muerte, presentamos el trabajo de Diana Battaglia sobre su novela La Grande, que fue publicado en la Revista Letras de Buenos Aires de Victoria Pueyrredón.
De pronto uno de ellos, el más alto, el más
calmo, el más paciente, sin
aviso pero sin brusquedad, pregunta: ¿
Qué es la novela? Y el otro, un poco más joven, sin siquiera levantar la
vista del torbellino: El movimiento continuo descompuesto.
Juan José Saer. La Grande
El 11 de junio de 2005 falleció en Francia el
escritor argentino Juan José Saer. Sólo le faltaban unas páginas para terminar su novela La Grande[1],
inspirada, según confesó el autor, en la última sinfonía de Schubert. A pesar de no estar concluída, es ésta
una novela que reviste una importancia capital dentro de la obra completa del
gran escritor. Porque en ella aparecen reflejados los temas y las ideas que
alimentaron y sustentaron toda su narrativa, a saber: la conciencia constante
del transcurrir del tiempo, su afán
meticuloso por la descripción, la
fragilidad de la memoria y de allí la difícil reconstrucción del pasado, la eterna recurrencia de sus personajes, sus
teorías sobre la naturaleza ontológica de la ficción, la influencia de la
música en los ritmos y movimientos de la novela[2].
En suma La
Grande se erige en un testimonio de su percepción del mundo. De allí su importancia y la necesidad de su
lectura para acercarse al universo saeriano. La Grande es, entonces, un reeencuentro feliz para los que
frecuentamos con fidelidad de culto su novelística y un descubrimiento
deslumbrante para sus nuevos lectores.
La novela está estructurada en siete
jornadas que van de un martes a un
domingo pero el autor sólo completó las seis primeras. La séptima consta de una
única frase: “ Con la lluvia llegó el otoño, y con el otoño, el tiempo del vino.”
Es la novela más extensa que
escribió (435 páginas) y en ella se
narra la organización de un asado que el domingo tendrá lugar en casa de
Gutiérrez. Los escenarios son los mismos de las otras novelas del autor: todos
lugares pertenecientes a una franja de la costa del río Paraná entre Santa Fe y
Rincón y, como sucede muchas veces en su narrativa, la banalidad de la anécdota
narrada contrasta con la profundidad de los temas que a través de ella, se
abordan.
Según confesó en
varios reportajes, a Saer le interesaba escribir sobre cosas universales pero
en una lengua muy directa y al mismo tiempo muy trabajada, de sabor coloquial.
Así, los invitados al asado de Gutiérrez deambulan por parajes conocidos, se reúnen
a tomar vino y comer salamines, pasean, toman sol, se encuentran y
desencuentran con viejos amores y amigos, observan con minuciosidad los
paisajes cotidianos Para ellos “lo
extraño del mundo no son sus confines impensables y distorsionados, sino lo inmediato,
lo familiar. Basta una mirada ajena, que a veces puede provenir de nosostros
mismos, por fugaz que sea, para revelárnoslo” (
138) Y mientras estas cosas nimias,
ordinarias suceden, la realidad de nuestro país y su historia se
entretejen con las de los personajes. Los penetra. Como los penetra el tiempo –
presente infinito- que constantemente sentimos en todo su peso y captamos en toda su densidad. La
aguda conciencia del tiempo que se instala en la novela y la atraviesa de
principio a fin no nos da sosiego. Su transcurrir modifica constantemente el
espacio “desde adentro”, haciendo que hasta el “ lugar que se ha dejado un
tiempo antes, décadas o segundos, ya no sea el mismo cuando volvemos aunque
todos sus elementos parezcan idénticos a cuando los dejamos”(356/357).
“ Basta observar a una familia –decía
Saer- para verificar que somos pasto del
devenir y que todo está en movimiento y en cambio constante” (81) En las páginas de La Grande la presencia conciente del paso de ese
incesante devenir que corroe sin saña pero también sin piedad se halla siempre
frente a nosotros. Sus
protagonistas están instalados en
un presente que a medida que se desplaza va creando más presente y los hunde,
inexorablemente, en el pasado (261). El tiempo de la novela es lento y
majestuoso, como bien señala Beatriz
Sarlo [3].
En esta
obra, quizás más que en otras del mismo autor, el tempo narrativo se adensa en descripciones minuciosas,
extensas, mostrando un afán casi
obsesivo por agotar el significante. Así las acciones más comunes: enhebrar una
aguja, pasear por la orilla de un río, tomar el sol recostado en un reposera
llenan carillas con imágenes que subvierten la tradición (la negación o la
reducción notable de la anécdota frente a la descripción casi microscópica de
lo mirado o de la acción a primera vista
intrascendente) y nos provocan a agudizar nuestra visión y a descubrir la
belleza y el asombro de lo cotidiano.
Decía Barthes: “
no hay Memoria pura, simple, literal,
toda memoria es ya sentido” [4]
. Esto lo sabía muy bien Saer cuya obra entera gira en torno a esta idea. “
Escribir- decía- es sondear y reunir
briznas o astillas de experiencia y de memoria para armar una imagen” En La Grande éste es otro de los temas centrales.
Dos de sus personajes, Gabriela Barco y
Soldi, intentan reconstruir la historia de un movimiento de vanguardia llamado
“precisionista” que tuvo lugar tres décadas atrás y que fue presidido por el
controvertido y enigmático Brando. Pero encuentran que los hechos se han desvanecido
casi de inmediato, dejando sólo un residuo inmaterial o aproximativo de sentido
en la memoria
de los que realmente
los vivieron. (166) En
consecuencia, a la hora de reconstruir
la historia, sólo les es posible recoger
versiones, verdades diferentes que conllevan siempre su cuota de olvido o fabulación. Lo mismo sucede con las
experiencia personales que son analizadas y traídas por el recuerdo una y otra
vez en un intento de descubrirles un sentido que nunca llega. Porque- parece
interrogarnos -¿ cómo podemos distinguir
la realidad de aquello que nuestra
memoria ha construido? Los personajes saerianos especulan constantemente
acerca del pasado propio y ajeno y al hacerlo dinamitan sus propias certezas y se sumergen y hunden (como nos
sucede también a nosotros, sus lectores)
en la pura conjetura sin que se les otorgue ni se nos otorgue la
posibilidad de abarcar el todo, la “ verdad” . Como una constante en su
narrativa, aquí también lo fragmentario de la experiencia y del recuerdo nos
sacude y nos inquieta.
Así como a la
incompletud y elipsis de lo “verdadero” y de lo factual, la prosa saeriana opone la saturación
descriptiva, del mismo modo, a la
singularidad de la novela como un mundo cerrado y concluido, el conjunto de su
obra nos ofrece, en cambio, la posibilidad del reencuentro y la presencia
rediviva de sus personajes que aparecen una y otra vez en sus páginas
conformando un verdadero universo humano, generalmente unido por lazos de
profunda y fiel amistad. Como él mismo lo expresara, sus mismos textos
generaban las prolongaciones futuras[5].
Juan José
Saer, además de gran novelista, fue un
crítico que ejerció esa tarea (a la que él mismo calificaba como una forma
superior de lectura) con ética y gran rigor intelectual. Sus ensayos (sobre su
propia obra y la de otros autores) revelan sus concepciones teóricas sobre la
naturaleza ontólogica de las ficciones y sobre su manera de concebirlas y de
llevarlas a la práctica en sus textos. Para él “narrar no consiste en copiar lo
real sino en inventarlo”(EL C de F 175) De esta manera Saer concebía a las
ficciones como construcciones históricamente verosímiles mediante las cuales la
materialidad, magma neutro, adquiere un sentido y puede, “coloridamente significar”. En la praxis de su obra estas ideas aparecen
constantemente a través del cuestionamiento de la capacidad de un relato para
reflejar una verdad que es siempre refractaria a priori y que se traduce en una
serie de novelas que constituyen una “ búsqueda formal y entendida, en la más pura
tradición de Macedonio Fernández, como una función de pensamiento”[6] De ahí su “ manera de narrar” (como el solía
llamarla), que ya esbozamos y que se expresa
en la prevalencia de la
especulación antropológica y las observaciones minuciosas sobre el tiempo, las
formas de lo percibido, lo vivido y lo recordado De alguna manera, como quería
Blanchot, la narración comienza a ser posible cuando la realidad preexistente
deja de existir. Saer proclamaba, entonces, la autonomía de los mundos
ficcionales con respecto al mundo real. La narración como “objeto” a través del cual se constituyen los mundos
posibles que nos ofrece la literatura[7].
Como dijimos al comienzo de nuestro trabajo, todo ello se
hace tangible en La Grande. Allí se puede percibir, en toda su
incandescencia y su vigor, el ritmo y la respiración de la prosa saeriana
basada en la recurrencia de los temas que aquí y allá reaparecen como acordes
que constantemente nos remiten a la melodía de una composición concebida como
un todo. Una obra, diríamos, estructurada como universo siempre abierto a
nuevas posibilidades. Una “ manera” de narrar que extrañaremos. Pero, como bien
decía Saer, “ al mismo tiempo que objeto verbal, el relato es también objeto
mental, y vive en la memoria y en la imaginación de sus destinatarios” (La N-O
24) Por ello, aun cuando sepamos que el último capítulo nunca
podrá ser escrito, su incompletud nos parece, ahora que él se ha ido, un
símbolo más de un mundo que no cesará de existir y que permanecerá por siempre
dentro de nuestras mentes y de nuestros corazones.
[1] Saer, Juan José. La Grande. Buenos Aires. Grupo Editorial
Planeta. 2005. Todas las citas son de esta edición y se mencionan por el número
de página.
[2] Saer, Juan José. El concepto de ficción. “ Entrevista realizada por
Gérard de Cortanze”. Buenos Aires. Grupo Editorial Planeta . 1998. Págs.
291 a 298.
[3] Sarlo, Beatriz. El tiempo inagotable. Diario La Nación. Buenos
Aires. 2/10/2005
[4] Barthes, Roland. La preparación de la novela. Buenos Aires.
Siglo veintiuno editores Argentina s.a.2004
[7] La teoría de los mundos posibles ha sdo desarrollada por la
narratología filosófica a través de autores como Tomas Pavel, Lubomir Doležel,
Marie-Laure Ryan y otros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario