Franz Kafka. Los dibujos. Galaxia
Gutenberg, Barcelona, 2021, 368 pág.
Diana
B. Salem
Por complicadas relaciones de propiedad aparecen luego de casi una centuria los dibujos de Kafka, el escritor que más puramente ha expresado el siglo XX según palabras de Elías Canetti. Se trata de toda una colección vedada para el público, una carpeta de dibujos originales que fueron en gran medida desechados por el autor checo quien deseaba, al igual que su obra escrita, que fueran incinerados sin mirarlos siquiera. Ya se sabe que Max Brod, albacea de Kafka, desoyó e incumplió esos deseos a tal punto que recogía del papelero de su amigo cantidad de dibujos en hojas blancas y otros hechos al margen de escritos jurídicos que Brod se ocupó de recortar y recuperar. Se cree que uno de los motivos, entre otros quizá, fuera el hecho de que los mismos se encontraban en papeles sucios, a veces arrugados, motivo por el cual no fuera adecuada su exposición, puesto que Brod temía hacer el ridículo al exhibirlos tal como estaban. Después de varios intentos fallidos, los únicos dibujos conocidos fueron los incluidos en el Diario de viaje por lo que continuó durante largo tiempo el misterio acerca del talento de Kafka como dibujante. No obstante su reticencia, Brod consideró siempre el valor de esos dibujos, tanto que vendió a un precio simbólico dos de ellos al museo Albertina de Viena en un intento de valorizarlos como obras de arte. Y en su huida de Praga a Palestina, Brod llevó todo el legado y lo entregó en vida a Ester Hoffe, su secretaria, amiga y “colaboradora creativa”, a quien nombró administradora de la herencia y albacea universal y pidió que cediera toda la documentación a la Biblioteca Nacional de Israel, pero ella depositó el material en un banco de Zurich. Después de la muerte de Brod, en 1968, Hoffe olvidó su promesa y vendió algunas cartas y el manuscrito de El proceso, adquirido por un millón y medio de euros por el Archivo alemán de Literatura de Marbach; a su muerte, acaecida a los 101 años en 2009, el legado de Kafka, en manos de las dos hijas de Ester Joffe, fue objeto de un proceso considerado el último acto dramático de una obra caracterizada por la deshumanización y el absurdo, por parte de la Biblioteca Nacional de Jerusalén, a favor de la cual se pronunciaron todos los tribunales, al sostener que el conjunto de la obra debía pertenecer al estado. Desde finales de 2019, la biblioteca cuenta con un catálogo abierto de ciento cincuenta dibujos en distintos soportes: hojas sueltas, márgenes de libros jurídicos, notas impresas y un cuaderno expresamente de dibujos. Junto a bocetos y tachaduras aparecen figuras que marcan la transición entre imagen y texto. También se agregan figuras ornamentales surgidas en el proceso de escritura, algunas caricaturescas y con elementos cómicos. “Mis dibujos no son imágenes sino una escritura privada”, decía. La mayor parte corresponde al período entre 1901 y 1907. Otros, situados en los diarios y cartas van de 1909 a 1924.
El volumen cuenta con ensayos de Andreas Kilcher, Judith Butler y una descripción de los dibujos en un catálogo de Pavel Schmidt. Tiene, por otra parte, un carácter internacional ya que intervinieron en su realización Yale University Press, Biblioteca Nacional de Jerusalén, Archivo de la Literatura Alemana, Biblioteca Bodleiana, Oxford y Museo Albertina, Viena, entre otros.
Aunque resultaría más cómodo establecer una marcada relación entre dibujo y escritura, el texto de Kilcher intenta instaurar la autonomía gráfica de los dibujos de Kafka, puesto que, si se los considera ilustraciones serían por ende secundarios a los textos y no una genuina forma artística. Es notable cómo, en determinados momentos, el dibujo prevalece sobre la escritura para expresar con mayor fidelidad los sentimientos. Prueba de ello es una carta a Felice Bauer donde el autor checo pretende relatar un sueño, y al no poder verbalizar con precisión de qué manera se encontraban caminando por una calle de Praga, choca con el límite que las palabras le imponen y lo dibuja: “¡Cómo describir la manera en que íbamos en el sueño! Espera, que te lo dibujo. Ir cogidos del brazo es así [Dibujo]. Nosotros, en cambio íbamos así [Dibujo]” (239).
Brod hizo
incansables esfuerzos por promover a Kafka como dibujante, tanto, que en 1907
intentó convencer a su editor de que utilizara para la cubierta de su segundo
libro Experimentos, un dibujo de su
amigo: “Es de un dibujante hasta ahora totalmente desconocido, Franz Kafka, que
yo he descubierto. Creo que no podría desear usted una cubierta de mayor valor
artístico y al mismo tiempo más efectiva…” (251). Pese a los elogios, el editor
no aceptó la propuesta.
Los dibujos posteriores a 1907 se encuentran en relación directa a los textos no ficcionales, diarios de viaje y cartas, lo que habla de una relación más conflictiva que armoniosa entre escritura ficcional y dibujo que de una subordinación de una a otra forma artística. Cuando Kafka publica Die Verwandlung (La metamorfosis) en 1916, el editor desea mostrar una vinculación estética entre la literatura y un arte expresivo, a través de un ilustrador prestigioso en ese momento, Ottomar Starke, por lo que Kafka sostiene enérgicamente que no debía mostrarse el insecto: “¡Eso no, por favor, eso no! El insecto mismo no puede ser dibujado. Ni siquiera puede ser enseñado de lejos.”(269). Ante tal objeción, el editor acepta una puerta abierta sin explicación alguna
Para Kilcher, “la imagen nunca se deja integrar en la escritura, sino que conserva una autonomía física y semántica, incluso una resistencia” (276).
Según el punto de vista de Judith Butler, los dibujos de Kafka “se inspiran en- y salen de- sus escritos” (282). La autora afirma que el cuerpo que dibuja el autor checo se perfila sin gravedad, flotando y sin pisar el suelo. En su planteo, es necesario establecer dónde termina la escritura y dónde empieza el dibujo que no solo ilustra el texto sino que acompaña a la escritura cuando aparece en los márgenes o cuando el texto se detiene.
En el Catálogo descriptivo, Pavel Schmidt habla de los dibujos explicándose siempre a sí mismos e inseparables del soporte, en este caso papel y lápiz, destacando que no tienen fecha, título ni firma.
Como señala Nora Catelli en el Prólogo a los Diarios: “Hay muchos Kafka: el narrador, autor de parábolas e inventor de mundos improbables aunque fatalmente posibles, el escritor de cartas, de aforismos, de diarios” (17). Entre todos estos, añadimos, descubrimos al cartógrafo de Praga, de figuras humanas frágiles, seres en un mundo inestable que parecen desafiar la fuerza de gravedad, arlequines tambaleantes producto de un artista que trabajó hasta el último día de su vida con influencias del arte japonés, del expresionismo, del realismo según apreciaciones de Max Brod. Para Hannah Arendt, los personajes en Kafka no son verdaderas personas, solo modelos anónimos porque carecen de las características dispersas y únicas que configuran a una persona real (Prólogo, 173-193).
Al contemplar las figuras inestables de los dibujos que recupera este bello libro pueden observarse técnicas de construcción similares a las que enumera Arendt; quizá fueran el medio para comprender ese mundo inaprensible que proyectan sus escritos.
Fig. 41. Abajo: “Peticionario y distinguido otorgador”. |
Referencias bibliográficas
Arendt, Hannah. “Franz Kafka, revalorado”. Prólogo, en: Obras Completas I. Barcelona: Galaxia
Gutenberg, 1999.
Catelli, Nora. “Pruebas de haber vivido”. Prólogo en Obras Completas II. Barcelona: Galaxia
Gutenberg, 2000.
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