20 poetas a mar abierto. 20 poètes au grand large. de VV.AA.
Editorial La Luna Que. Buenos Aires, 2015. Edición bilingüe castellano-francés, 213 pág.
Zoraida González Arrili
CEN
En esta quijotesca empresa que constituye editar un libro
de poesía, con el agregado de que es bilingüe, el lector encontrará variedades
de voces dispares en sus goces y desgarros existenciales.
Las traducciones- actos de recreaciones- siguen los
mismos rumbos de la creación y no sólo reflejan como un espejo sino que también
devuelven luz, al decir de George Steiner. Las traducciones hechas por la
francesa Françoise Laly tienen el transfondo lumíneo que
encierran las palabras castellanas de los autores que amalgaman este libro.
Buen logro.
Se perciben diálogos entre los veinte poetas que la
componen, que abarcan todas las dimensiones del espíritu, desde distintos ángulos
o desde distintos estratos interrogantes vitales con las diferentes voces que
hacen un juego de contrastes y dan la aprehensión legítima de cada realidad.
Dijo W. von Humboldt que las lenguas son una forma de ver
el mundo; en este libro las voces de cada poeta dan una forma a la comprensión
de esta época con su unilateralidad, su disposición y su padecer anímico. Cada
época lleva en su conciencia colectiva la manera que estos poetas prestan a lo
oculto con su voz. Allí están Héctor Miguel Angeli con los elementos diarios
dulcificados del pan y la madera, de la fruta sobre la mesa frente a un Antonio
Requeni y sus Gratitudes, los juegos infantiles, el Sena, y un Fernando Sánchez
Zinny, más clásico, más condensado y sensible que legitimiza palabras que se
han ido separando de la imagen común para ofrecer un símbolo del existir que
rodea a los poetas y que se han hecho símbolo integral en ellos.
Rubén Balseiro con Las Palabras y sus olvidos, con una
Puerta que siempre existe y que busca su llave, el reloj con su tic tac donde
transcurre el tiempo, los eternos náufragos que se instalan en el interior de
cada vivencia de los cambios, las movilizaciones afectivas; frente a Norberto
Corti que se apoya en la estética de la confesión sensible: “…fue desde este pequeño
lugarcito mío/ que se fueron los pájaros,/un día,/ a morir en la gente”; y se
conduele de los cambios que se le imponen, junto a un Osvaldo Rossi que nos
ofrece su casa con humedad, la buscada cercanía a una costa con su bote y los
remos. Los poetas cercanos en edad usan las palabras como algo nuevo, empujados
por las reflexiones ante las imágenes de sus realidades. Y un Luis Benítez
frente a la casa en silencio y al árbol quemado donde cabe el mundo y mata al
niño “que se nos parecía” junto al pasaje de un avión, enseguida olvidado pero
palpitando ante el “añejo asombro/ de un niño que señala el cielo”.
El doliente Enrique Roberto Bossero tiene un acercamiento
poético con las zonas profundas de los textos de Alfredo De Cicco. Los dos
empapan con dominio enigmático a sus afectos: una tristeza suave entre lo
erótico y lo angelical de Bossero se enfrenta a De Cicco con la aventura del
cuerpo muy erotizado para dar testimonio del afecto siempre cubierto de
melancolía; en cambio Jorge Sichero apuesta a lo angelical frente a la amada.
“Ella va conmigo como un ala/en el plumaje lateral del pájaro”; este coloquio
transpone el afecto en ritmos, signos, formas. Lo semiótico y lo simbólico se
convierten en signos comunicables de una realidad afectiva presente pero
también dominada, apartada, vencida. Como un contrapunto para decir lo que
vibra en sus totalidades íntimas.
Voces profundas pero con estructuras disímiles, Norma
Pérez Martín y Michou Pourtalé, destacan su yo con un rastreo lindante. Para
Norma Pérez Martín desde “la orilla de la Infancia” se ofrece con oraciones
breves y una voz casi tímida, fresca, concreta para decir “Tú no
sabes/siquiera,/cómo ha sido,/ cómo es ese fruto doliente/ que has echado/ a la
vida,/al clamor,/ a la nada. Y Michou Pourtalé con “la mirada oblicua desde un
bar”, se complace en añorar, en recordar, en revivir a esa mujer que “va
rasgando las aguas de un infierno”; estas estructuras complejas en forma y
contenido abarcan y penetran en su esencia. Se unen laceradamente en lo opuesto.
El registro de los tonos, la postura enunciativa, el
lugar que ocupa cada palabra le dan ritmo y determinado son a la voz de Rodolfo
Godino, de Ricardo Rubio y de Alejandro Drewes; sus versos tienen mucho de
confesión, que sirve de identificación y de reconocimiento para condensar la nostalgia
de vivir el hoy y el ayer. Dice Godino: “Hicimos estos árboles para cortar el
viento… /Pero a veces, fieles,/ acercan sonidos de ayer a las ventanas” Y
Rubio: “El tala se ciñe entre arrugas y silencio:/ entra y sale del aire con
una fuerza antigua”. Drewes une el viento con el mar: “No sólo el viento
pasa,/sino el mismo dueño”. El árbol, el viento y el mar cubren a los poetas en
una misma dimensión redentora.
Con un tono sentido lloran sus pérdidas Graciela Maturo y
Nélida Pessagno, las rupturas, las diferencias se ligan con el tema de cantar a
otros ya lejanos, míticos. Maturo une a Esther y Beatriz danzando: “Danzaba y
era su cuello frágil y erguido/como el tallo de un ánfora... y Pessagno está
más en el hoy de Antonio Gades: “…el viento de la danza,/su viril taconeo en el
tablado,/la enhiesta galanura de sus brazos/. El ayer feliz en la danza con el
fatalismo cruel y el amor íntimo de las dos mujeres. Mientras, en el debate
propio entre su ayer y su hoy las poetas Yoli Fidanza, Long-Ohni y la
traductora Françoise Laly se instalan en el interior de
cada coyuntura, en la de los cambios, las crisis, las movilizaciones entre la
mujer encarnada y su espacio. El primer paso ritual son sus confesiones donde
despliegan su identidad: Yoli Fidanza se apoya en “...Aunque quisiera/ entregarme
al solo pensar en este oficio de mujer/es seguir complicada con el,/ cuerpo,” y
Long- Ohni : “Solo soy lo que he sido: lo posible”. Françoise Laly arrastra todo su recuerdo en su piel: “Está tu
piel contra mi piel/ “Un espacio quemado de cuerpos separados”. Cantar y
definirse narran lo guardado, voces que constituyen un mismo movimiento
creativo.
Hay una conexión necesaria y estructural entre los poetas
y sus cantos con sus diferentes tonos que se abren al otro y desde allí con un
primer paso ritual de la confesión despliegan su identidad.
Cantar y definirse, narrar lo guardado, llevan a mostrar
que los tiempos idos son tiempos recuperados.
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