Historias sin
historia. La mirada que piensa. de Kelly Gavinoser
Editorial Dunken, 128 pág.
Daniel
Alejandro Capano
CEN
Historias sin
historia. La mirada que piensa es un libro
singular por la manera novedosa de recrear el material lírico presentado y por
el trabajo personal realizado sobre el discurso que lo transmite.
Kelly Gavinoser, de amplia trayectoria en el campo de
la Semiología, la Lingüística, la
Gramática y la creación literaria, desgrana en estas páginas sus conocimientos
de esas disciplinas, pero no de manera dogmática, sino cuestionando y
reelaborándolos desde su particular punto de vista. Tal bagaje forma una
compacta amalgama con diferentes temas y tipos de discurso, en especial con el
poético. El mestizaje de géneros que ofrece la lectura es el eje vertebrador
del volumen. Se está frente a un texto de ruptura en cuanto al género. No es un
ensayo, tampoco puede ser considerado prosa narrativa o descriptiva, ni lírica
pura porque el libro es todo eso y mucho más. Escrito en primera persona, el
sugerente título de Historias sin
historia conlleva una negación implícita. Se trata de la construcción de un
sintagma que niega al final lo que se afirma en la palabra inicial. Por otra
parte, el texto escrito parece desbordar su espacio tradicional para
proyectarse en el paratexto de la tapa donde se muestra una enigmática mirada (La mirada que piensa) en un rostro
semioculto por un pañuelo, con lo cual no sólo se escatima información verbal,
sino también visual. Estos estímulos
llevan a pensar en el constructo de una “poética de la negación”: negación de
géneros, negación de información referida a las materialidades de la
comunicación, a la tapa, negación verbal con relación al oxímoron del título.
Además, se podría casi afirmar
lacanianamente que lo esencial es aquí el significante, de tal modo que se
niega también el signo lingüístico saussuriano en favor de ese componente
sígnico, es decir que se reduce el significado respecto del significante, se
acota, no se anula porque ello haría ininteligible el texto. Así, el lector es
desafiado a encontrarlo entre las múltiples “historias sin historia” ofrecidas.
El libro se identifica, como señalara Roland Barthes, con el “texto de goce”,
aquel que no está ligado a una práctica confortable de lectura, sino que
desacomoda los componentes discursivos y hace profundizar al lector sobre lo
que está leyendo, lo obliga a cavilar, a practicar una lectura activa en busca
de sentido.
Gavinoser da cauce a la creación de un estilo
novedoso, conectado de forma indisoluble con el (no) género que produce, con la
hibridación discursiva y con continuas rupturas isotópicas. De este modo,
exhibe con una mirada fenomenológica el (su) mundo. Un mundo fragmentado con
los trozos lírico-narrativo-descriptivo-ensayísticos que componen las
diferentes partes del libro. El fragmento, tan característico de la escritura
posmoderna, adquiere espacio destacado. La misma autora se refiere a ellos cuando
apunta: “Todo esto tiene que ver con los fragmentos
–dije- que no son compartimientos estancos sino partes de un todo, de ese todo que constituye la vida y la
existencia, la existencia hecha de pensamientos-palabras-poemas” (2014, p.88). Asimismo,
como un plus semántico adicional, no pocas imágenes que integran las piezas
poéticas, generadas sobre la base de la desarticulación corporal, provienen del
surrealismo.
La escritura posee un ritmo variado en el que la prosa
fluye de forma plácida para desembocar, como el “impromptus” que organiza una
parte del libro, en la indeterminación y el sobresalto orquestado sobre la
alteración de palabras-temas, la arbitraria puntuación o su ausencia y la
construcción con presencia intencionada del anacoluto (“me guía hasta la
entrada de.” (2014, p.16). Semejantes peculiaridades crean un ritmo sinuoso en
el que alternan el remanso del piano
y la potencia del fortissimo. El
discurso críptico y la acumulación caótica se vuelven por momentos diáfanos, emotivos, líricos (2014,
pp.26-28).
La intertextualidad, la retícula de mención de autores
o de sus obras, no se manifiesta como una mera cita erudita, sino que se expone
al lector desde distintos ángulos de abordaje. Emma Bovary se incorpora a la
narración por medio de un coloquio fraterno o amical con el lector. La
escritora crea de modo contrafactual su particular versión de la heroína y de
su suicidio. Borges aparece aludido en forma abismal dentro de una cita de
Platón: “como dijo Platón en el Cratilo…
¿en el nombre de la rosa está la rosa y todo el Nilo en la palabra Nilo?
–dijo Borges” (2014, p.26). Y Unamuno y Pirandello se encuentran comentados de
modo indirecto: “Hoy, mi personaje rebelde se niega a tomar cuerpo aunque después
de mí me pidió la oportunidad de ser” (2014, p.20). Entre otros escritores,
también se nombra a Dante, Pizarnik, Rilke, Joyce y Fuentes.
Como una napa estética oculta subyacen el humor y el
autohumor. Son agudezas sutiles, en ocasiones irónicas, que hacen esbozar una
leve sonrisa.
El lenguaje, concebido de acuerdo con una postura
nominalista (“El mundo existe porque se lo nombra.” (2014, p.31)), crea objetos,
en el sentido lógico del término, con palabras. Como George Perec en La Disparition en el que desaparece la
letra “e”, tan frecuente en la lengua francesa, y Les Revenentes, que la usa para inventar un sistema vocálico
exclusivo, Kelly Gavinoser juega en un párrafo con las palabras que empiezan
con fu-, entre otras audacias
léxicas: fue, fulgores, fulmínea, fuente, fuerza, fuego, fuga, fugaz (2014, p.111). También combina diferentes voces valiéndose de
la iconografía tipográfica: “el Banco –al lado- ($$$) y la basílica (otros $$$)”
(2014, p.51), o las descompone para que estallen en múltiples significados:
“com/pre (h) endí que mis estrellas eran luces” (2014, p.25), verbo que se abre
con un haz de significados: “comprender”, “prender”, “hendir”. Las palabras
terminadas en “-ente” y los participios tienen también su rincón lúdico en el
texto: “perteneciente, saliente, dicente, acaso un ente de/mente
que miente porque no siente”(2014, p.115); “atrapados,
cercados, succionados, entenados, encerrados, atrancados, atribulados,
enconados, cercenados […] atacados… ados…ados…ados…ados…”(2014, p.28). El
registro coloquial ocupa parte de la escritura con particularidades marcadas
por la tipografía, de la que se hace un uso intensivo con artilugios variados: “¿¿¡¡QUÉÉÉÉÉ!!??”(2014,
p.26), ¡BASTAAAAAA…! (2014, p.82).
En las páginas finales, el léxico se trabaja contaminado
con voces mejicanas, con el recuerdo implícito del Popol-Vuh y la evocación, a modo de homenaje, de Carlos Fuentes. No
se trata de un alarde lingüístico-literario, sino de un instrumento empleado
por la escritora para reafirmar una identidad americana.
En síntesis, Historias
sin historia. La mirada que piensa es un libro multiforme en el que Kelly
Gavinoser crea un mundo mostrando, mediante su mirada reflexiva, diferentes
aspectos de la realidad, de la
existencia y del conocimiento. Su universo literario, captado con sensibilidad
fenomenológica, ofrece objetos y sensaciones expresados con un lenguaje vertido
en un código particular. La primera persona discursiva con reminiscencias
autobiográficas atraviesa el texto para expresar momentos de intensidad lírica
y generar pensamientos sobre la metaliteratura, en especial sobre la
metapoesía. En el alambique de su laboratorio de escritura bulle un torbellino
de ideas. Se discute, en tono amable pero enérgico, con gramáticos y
lingüistas, se duda, se pregunta, se opina y se ofrecen propuestas.
Cuando un escritor se compromete con
su labor literaria y con los principios estéticos que sostiene, el lector se
beneficia ya que se lo invita a meditar, a participar de ese “banquete” en el
que la disensión y el cuestionamiento de los axiomas dados por válido son un alimento
estimulante. Entonces, la transgresión se hace energía generadora de la
escritura y la palabra poética historias
sin historia.
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Datos de la obra:
GAVINOSER,
KELLY (2014). Historias sin historia. La
mirada que piensa. Buenos Aires: Dunken. ISBN 978-987-02-7317-2
Gracias por la reseña. Es justo lo que estaba buscando.
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