sábado, 31 de marzo de 2018

Las aves, símiles y símbolos, en la Commedia de Dante por Daniel Alejandro Capano


Las aves, símiles y símbolos, en la Commedia de Dante
                            
         
Mirad las aves del cielo, que no siembran ni siegan, ni
allegan en alfolíes; y vuestro Padre celestial las alimenta.
¿No sois vosotros mucho mejores que ellas?
(Mateo 6:26)

            Los pájaros conforman en la tradición histórico-literaria un profuso entramado semiótico que puede ser abordado con distintos criterios. A través de los siglos las diferentes culturas les otorgaron numerosos valores y sentidos, produciéndose así, en el ámbito de las letras y del arte en general, una densa red de símbolos y figuras.
            Desde la ornitomancia hasta la asociación con seres divinos y la inmortalidad del alma, las aves fueron representantes de un prolífico imaginario que conecta el mundo terreno con el celestial. Como señala Jean Chevalier “el vuelo predispone a los pájaros para ser símbolos de las relaciones entre el cielo y la tierra”, y agrega que en Grecia su nombre se une a lo sobrenatural y a los mensajes que los dioses envían a los mortales desde el más allá. (1995). Con el tiempo, tales imágenes se fueron cargando de significados dispares de acuerdo con la mentalidad de cada época, la transformación tropológica que sobre ellas se ejerció y el sentido que les asignó la antropología cultural.
            Por lo dicho, el tema representa un inagotable venero de investigación en el campo literario. Conforme a las ideas hasta aquí esbozadas, me dispongo estudiar cuatro cantos de la Divina Commedia: el V del Infierno, el IX y el XXXII del Purgatorio y el VI del Paraíso, en los que las aves se convierten en focos sémicos generadores de significados, en los que los pájaros, por su carga semántica, iluminan aspectos de la creación artística. Se señala también que Dante en sus versos construye con frecuencia tropos elaborados sobre la temática de pájaros, por lo general con intención ornamental o didáctica de lo que se está exponiendo. Pero, como se advertirá, un análisis exhaustivo de tales asociaciones excedería los límites asignados para este espacio. Por otra parte, se ha preferido trabajar sobre las aves que aparecen configuradas en su aspecto natural, ya sea físico u onírico, desechando aquellas fabulosas o monstruosas como las arpías del canto XIII del Infierno, el escorpión alado Gerión, (XVI-XVII) o el biforme Grifo del Paraíso terrenal (XXXI –XXXII).
            El canto de Paolo y Francesca (V), uno de los más destacados, sino el más famoso de la Commedia, se organiza en torno de las figuras de tres pájaros. El pasaje, que abarca el segundo círculo del reino del dolor, encierra a los pecadores lujuriosos que como castigo por sus excesos carnales son arrebatados por una borrasca que nunca cesa. El poeta compara primero la cantidad de almas allí reunidas con los estorninos, pequeñas aves de color oscuro que vuelan en apretadas bandadas en el tiempo invernal. El ímpetu del viento las golpea como diminutas y leves criaturas contra las paredes del Infierno.
            El segundo símil lo constituyen las grullas. Dante utiliza como elemento comparativo su canto (lai) lastimoso. Como las grullas emiten el doloroso sonido cuando vuelan alineadas, así los pecadores carnales se lamentan por su sufrimiento.
            Tras esas visiones, Virgilio, el poeta guía, nombra a varios condenados, entre otros a Semíramis, la lujuriosa reina  de Asiria que mandó matar a su esposo Nino. Su nombre connota otro pájaro que, avanzado el canto, alcanzará un alto valor poético: la paloma. De acuerdo con la leyenda, cuando Semíramis nació, su madre la abandonó en el desierto donde fue cuidada por palomas. Al morir, su cuerpo fue transportado al cielo en forma de esa ave.1 La mención, además de mostrar a la soberana lujuriosa,  va creando el clima en el que aparecerán Paolo y Francesca.
            La tercera comparación, y la más significativa, es la de los cuñados adúlteros, protagonistas del canto. Dante asocia el deslizarse de la joven pareja con el suave vuelo de las palomas y su arrullo erótico: Quali colombe dal disio chiamate, / con l’ali alzate e ferme al dolce nido / vegnon per l’aere dal voler portate (vv. 82-84) (Como palomas que el deseo llama, / tendida el ala y firme al dulce nido / se aproximaron por el aire del querer llevadas).
            Considerado tradicionalmente lujuriosa y en las Sagradas Escrituras un animal cándido, la paloma es signo polisémico, imagen rica en significaciones que parece resemantizarse en forma constante.2
            Recapitulando, las tres aves presentadas en el canto resultan núcleos microsémicos, hilos conductores de significados. El episodio de Paolo y Francesca (los personajes-aves), gira en torno de dos ideas fundamentales representadas por pájaros: el castigo (los estorninos y las grullas) y el pecado (las palomas).
            Respecto de los otros tres cantos que se analizarán, en el canto IX, Dante personaje se duerme en el Valle florido, previo a su ingreso al Purgatorio. Próximo al alba ve en sueños a un águila con plumas doradas. Tal es la impresión de su presencia que se despierta. Tras calmarlo, Virgilio le explica que mientras dormía, vino santa Lucía, símbolo de la gracia iluminada, y lo traslado a la entrada del reino de la esperanza. El águila simboliza la conquista moral del penitente previo al ingreso al Purgatorio. El pájaro de Zeus representado en su divina naturaleza, puede verse como  imago Christi y también como el alma del fiel que contempla la encarnación y la ascensión del Salvador.
Por otra parte, en los cantos XXXII  del Purgatorio y IV del Paraíso, será el águila, representante del Imperio Romano, el signo dominante. En el primero, el viator se halla en el Paraíso terrenal y ve al pájaro consagrado a Júpiter descender raudamente sobre el árbol de la ciencia del bien y del mal, símbolo de la justicia divina y fruto de la Redención. El águila rompe la corteza, las flores y las hojas recién nacidas al contacto con el carro de la Iglesia y lo embiste con tal fuerza que lo hace sacudir de un lado a otro: [] io vidi calar l’uccel di Giove / per l’alber giù, rompendo de la scorza, / non che d’i fiori e de le foglie nove, // e ferì ‘l carro di tutta sua forza; / ond’ el piegò come nave in fortuna, / vinta da l’onda, ora da poggia, or da orza. (vv.112-117) ([…] vi caer el pájaro de Jove /sobre el árbol, rompiendo la corteza, / además de las flores y las hojas nuevas // e hirió el carro con toda su fuerza; / lo sacudió como nave en peligro, / vencida por el oleaje, ya sea a babor ya a orza.). El pasaje, de un gran contenido alegórico, apunta a mostrar con un discurso figurado, la ofensa realizada por ciertos emperadores romanos a la Redención de Cristo. También, según una antigua tradición exegética, se aludiría a la persecución romana (águila) de Nerón y Diocleciano contra los primeros cristianos (hojas y flores nuevas del árbol). En otro momento del canto, el águila vuelve a descender, pero esta vez sobre el arca del carro de la Iglesia arrastrado por el Grifo (Cristo). El ave de Júpiter empluma totalmente el arca del carro (Iglesia), en el momento en que se escucha una voz desde el cielo que dice O navicella mia /com’ mal se’carca (129) (¡Oh navecilla mía, qué mal cargada estás!). Los versos aluden a una leyenda, citada por Pietro de Dante, que lamenta la donación hecha por Constantino al papa Silvestre I, quien lo había curado de la lepra con el agua bautismal, convirtiéndolo al cristianismo. A ese donativo se le atribuía la causa de la corrupción eclesiástica, pues a partir de ese momento, el interés por los bienes materiales primó sobre los espirituales.3
            Por lo tanto, la figura del águila en el canto tiene un sentido negativo: la persecución  contra los cristianos, la ofensa a la Redención y la causa de la corrupción  de la Iglesia. Sin embargo, el pájaro adquirirá un valor contrario en el canto VI del Paraíso, no menos célebre que el del Infierno comentado. Allí conserva su simbología imperial como sacrosanto segno (signo sacrosanto), cuya virtud lo ha hecho digno de reverencia.  
En el cielo de Mercurio, donde se hallan los espíritus activos y benéficos,  Justiniano, el augusto relator del pasaje, narra la historia de Roma desde sus orígenes y  fundación del Imperio, realizada por voluntad de la Providencia,  hasta la época de Carlomagno, y las luchas fratricidas contemporáneas de Dante entre güelfos y gibelinos.
En la apertura del canto, el emperador romano de Oriente, con un discurso solemne y ajustadas perífrasis y metáforas, explica el vuelo del águila imperial, al que llama l´uccel di Dio (el pájaro de Dios), estableciéndose un puente, conforme a la concepción dantesca, entre la antigüedad pagana y la era cristiana. El ave real se trasladó del Este al Oeste, cuando fue llevada a la península por Eneas al abandonar Troya, para luego volar nuevamente hacia Oriente, cuando Constantino estableció el Imperio en Bizancio, hasta que el sacro pájaro (sacre penne), cambiando de mano en mano llegó hasta la del preclaro compilador y codificador de las leyes romanas: “Poscia che Costantin l’aquila volse / contr’ al corso del ciel, ch’ella seguio / dietro a l’antico che Lavina tolse, // cento e cent’ anni e più l’uccel di Dio / ne lo stremo d’Europa si ritenne, / vicino a’  monti de’ quai prima uscìo; // e sotto l’ombra de le sacre penne / governò ‘l mondo lì di mano in mano, / e, sì cangiando, in su la mia pervenne.” (vv. 1-9) (“Después que Constantino volvió el águila / contra el curso del cielo, que siguiera /  tras el antiguo rapto de Lavinia, // cien y más años el pájaro de Dios / en lo extremo de Europa se detuvo, / cerca de los montes de los que partió primero; // y bajo la sombra de las sagradas plumas / allí gobernó el mundo de mano en mano, / y, así cambiando, llegó hasta la mía”).  
            Dante reconstruye por medio del parlamento de Justiniano toda la historia de Roma con extraordinaria capacidad de síntesis. El canto VI del reino de los beatos  se considera, después de Monarchia, la definitiva afirmación de su credo político-filosófico. Justiniano, cuya voz campea en todos los versos, es propuesto como legislador ejemplar, virtuoso y obediente seguidor de la palabra de Dios. El emperador aparece unido a la luminosa figura del águila como símbolo del imperio romano, y señala la continuidad del mundo clásico con el tiempo de Dante, por voluntad divina, querida por la Providencia. A la vez muestra por contraste con el canto XXXII del Purgatorio las virtudes sagradas con las que el pájaro se adorna.
            Así, las aves en los casos relevados adquieren polisentidos como connotadores de significación, como intensificadores de conceptos que embellecen el discurso poético y apelan a concentrar la atención del lector, con el propósito de inclinarlo hacia la aceptación del mensaje; de este modo cumplen una doble función, estética y pragmática.

                                                                                    Daniel Alejandro Capano


* Las traducciones me pertenecen
                                                                      

1 La leyenda sirvió de hipotexto a numerosas manifestaciones plásticas, operísticas y literarias, entre ellas el drama filosófico-simbólico de Calderón de la Barca, La hija del aire.
2 Sin agotar los significados, en la antigüedad era creencia que provenía de Chipre, isla consagrada a Venus. Apuleyo cuenta que el carro de la diosa era tirado por cándidas palomas. Durante el Diluvio fue mensajera de la presencia de las nuevas tierras emergidas. Por otra parte la Biblia dice “sé prudente como la serpiente y simple como la paloma” (Mateo 10:16), y San Cipriano señala que el Espíritu Santo se presenta en forma de paloma. Entre otras significaciones simboliza la fidelidad conyugal y la paz (Cfr. Eco, 1994: 317-331).

3 Después de las investigaciones realizadas por Lorenzo Valla en el siglo XV, se supo que la mentada donación de Constantino nunca tuvo lugar. Parece ser que sólo donó alguna propiedad, pero tal legado nunca tuvo la relevancia que se le asignó en los tiempos de Dante.



REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
ALIGHIERI, D. (1988) La Divina Commedia, a cura di G. Giacalone. Roma: Angelo Signorelli (3 vols.).
CHEVALIER, J., A. GHEERBRANT, (1995) Diccionario de los símbolos. Barcelona: Herder.
ECO, U. (1994) L’ isola del giorno prima. Milano: Bompiani, Cap. 26, 317-331.

martes, 6 de marzo de 2018

Molicie, de Esteban Rubinstein

Molicie
De Esteban Rubinstein
Ed. Paradiso. 2012. Argentina. 252 pág.


El título de la obra nos lleva a pensar, en su carácter semántico, en una sensación de confort y paz o, dicho de otro modo, en una situación de complacencia y comodidad en la cual nos sentimos abrigados, protegidos, a salvo de avatares y sensaciones incómodas y poco satisfactorias.

Sumergidos en esa “molicie” viven los tres protagonistas de esta historia: Hernán, Diego y Luis, amigos íntimos y compañeros de trabajo. Sin ser totalmente conscientes, cierta autocomplacencia envuelve sus vidas, ocupadas en discusiones seudocientíficas, dramas cotidianos con sus parejas, y sus seres queridos, prejuicios no totalmente asumidos como tales y una cierta rutina que los va llevando a una paulatina caducidad de sus ideales no realizados.

Hasta que un hecho brutal (el secuestro de las dos pequeñas hijas del primero) los expulsa violentamente de esa situación y los lleva a vivir experiencias que sacudirán sus vidas y les hará replantear sus más arraigadas convicciones.

Empujados por el vértigo de ese hecho traumático los tres se verán lanzados a un viaje que los enfrentará con otros personajes, otros paisajes y otras realidades. Un viaje que tendrá mucho de iniciático y revelador en el que trasvasarán diferentes fronteras más culturales y mentales que geográficas.

Llevados por una prosa ágil y amena los lectores (¿acaso sumergidos también en nuestra propia y cómoda molicie?) acompañamos a estos tres citadinos en ese viaje en el que se les revelarán paisajes bellísimos de nuestra geografía, poblados habitados por otras culturas y donde enfrentarán y aprenderán a interactuar con seres cuyas existencias y realidades irán descubriendo a medida que la acción avance sumergiéndolos a ellos y a nosotros en problemáticas identitarias tan dejadas de lado en nuestra cultura y tan alejadas de nuestro imaginario.

La novela de Esteban Rubinstein nos coloca así frente a frente con la lucha del pueblo mapuche que intenta recuperar una tierras ilegalmente obtenidas por el suegro de Hernán (de ahí el secuestro de las niñas).. La obra (publicada en 2012) expone de manera premonitoria, la lucha de esta comunidad originaria tan en primer plano de la atención pública en estos momentos a partir del caso Maldonado.

Alejado de todo maniqueísmo, el texto se interna en los pensamientos y deseos de cada uno de sus protagonistas. Sus dudas, sus vacilaciones, sus culpas y sus certezas. No hay en ellos, de uno y otro lado, verdades absolutas y todo es sometido a análisis en pos de lograr un entendimiento y una convivencia posible. Así la novela, en consonancia con otras expresiones artísticas como por ejemplo el teatro, desemboca en la cuestión ontológica y trata de responder al crucial interrogante tan actualizado hoy día por las luchas raciales y los problemas de fronteras: ¿Quiénes somos en realidad? ¿De qué manera interactuamos con los que nos rodean sin claudicar en nuestros anhelos? ¿Qué es lo que nos une al otro y qué es lo que nos separa? ¿Cómo deberíamos manejar las fronteras idiomáticas? ¿Ellas (de nuevo) unen o separan? ¿Pueden las culturas permanecer incólumes frente a los procesos desatados por la globalización? ¿Nuestra identidad nos es dada por la raza, por nuestros ancestros o por la cultura en la que elegimos insertarnos? Como vemos todo un desafío para nuestras convicciones y nuestros más acendrados prejuicios.

Como toda buena novela la obra de Rubinstein deja abiertos estos interrogantes para el lector y nos propone todas esas preguntas inquietantes que no se agotan en sí mismas sino que, por el contrario, quedan vivas en nuestros pensamientos y logran que, al llegar a la última página, permanezcan allí flotando, vibrando y aventando la cómoda y perezosa molicie seguramente, de una u otra forma, ya instalada en nuestras vidas.


Prof. Diana Battaglia
Centro de Estudios de Narratología

viernes, 2 de marzo de 2018

Jorge Luis Borges. Entre el tiempo y la eternidad. Cristina Bulacio

Jorge Luis Borges. Entre el tiempo y la eternidad.
Cristina Bulacio.
Tucumán: Edunt, 2016, 196 pág.

No hay dudas acerca de la condición de especialista en Borges de la autora de este texto, ni de la relación que ha entablado con el lenguaje, en su profusa producción de ensayos filosóficos[1]. Con la claridad que el ejercicio de la docencia y la frecuentación con esos textos le han otorgado, la autora entrega al lector un texto elaborado con la sencillez  de alguien que trabaja desde el ámbito del saber, cuestionándose repetidas veces sobre temas esenciales que aquí encuentran su dominio en el lenguaje y la finitud del ser. Si algo caracteriza este texto es su modalidad de  relato, intrínseca a la autora, que presenta los temas filosóficos tal como si se trataran de un cuento, en la línea de estudiosos contemporáneos independientes, como Michael Onfray, sin desechar el rigor metodológico.

Señala en la Introducción, que su intención es la de develar lo que subyace en los textos de Borges, un “buscador de sentidos”, un “espíritu libre”, e instaura para ello, una suerte de compendio filosófico que parte de Platón y la alegoría de la caverna, para atravesar lo que llama el silencio de la metafísica, mientras intenta encontrar una síntesis sobre la fragilidad de la existencia.

Si en anteriores publicaciones, la prosa de la autora nos ha transmitido certezas e incertezas propias del quehacer filosófico que las irradia, todas elaboradas como una clase magistral, esta entrega nos deslumbra con su lenguaje llano y preciso tanto como erudito, por lo cual el lector no puede dejar de detenerse ante la lectura placentera: “Si bien la poesía es auténtico pensamiento en su versión más pura, mucho más precisa, bella y pertinente que cualquier enunciación de un sistema filosófico, creemos que no es errado decir que se trata de un ardid del pensar, de un escamoteo de la inteligencia porque tuvo que enmascararse para perdurar”(30).

Pero es por el lenguaje por lo que Bulacio toma partido al detenerse en dos pensadores contemporáneos como Wittgenstein y Borges, quienes desde la lógica y la palabra poética  conocieron sus límites hasta llegar al silencio. “Los límites de mi lenguaje significan también los límites de mi mundo”, sostiene el pensador en el Tractatus. También para Borges, el silencio del lenguaje ante lo absoluto es haber llegado al reconocimiento de una realidad trascendente, y lo hace a través de la experiencia poética. Algunos poemas de Borges y otros tantos cuentos frecuentados y también no canónicos del autor sirven para ejemplificar el poder metafórico del lenguaje: “Pertenece a esa raza de escritores que desaloja lo cotidiano de la lengua para hacerla resplandecer y conducirla a decir otras cosas” (38).

El juego que propone el título alude a la experiencia fenomenológica del tiempo y su entrecruzamiento con la idea de eternidad  (“esa inconcebible palabra”, según Borges), que es donde radica el gran enigma de la condición humana.

Esta entrega de la Universidad Nacional de Tucumán, que fuera generadora de grandes pensadores, y donde Cristina Bulacio se formó y formó a cientos de jóvenes en los vericuetos de la Antropología filosófica, y que integra la Colección Saberes académicos, constituye un estímulo para quienes quieran adentrarse en una reflexión desde la perspectiva filosófica en los universos  prefigurados en Borges.

Quizá el acierto de este texto esté en no entregar respuestas totalizadoras, en reflexionar durante el acto de escritura, en “ejercitar” el pensamiento para producir ideas fructíferas, que admitan vacilaciones y desencuentros pero que abran el juego a otras vertientes y otras interpretaciones de una obra inagotable como la de Borges.

Diana B. Salem
CEN




[1] Dos miradas sobre Borges (1998); Los escándalos de la razón (2003); De laberintos y otros Borges(2004); Como el rojo Adán del Paraíso (2008); Antropología y arte (2008) son algunas de las publicaciones de Cristina Bulacio